Este año celebramos el 75 aniversario del PCE. Con este motivo los órganos de difusión
de nuestro partido publican artículos en los que se trata con profusión la historia del
Partido Comunista de España durante sus tres cuartos de siglo de existencia. Aquí no
vamos a ocupamos de ese tema; lo que intentaremos es situar en la perspectiva de la
historia al Partido Comunista y su función o razón de ser.
Para ello, esquemáticamente veremos que a lo largo de la historia aparecen muy
diversos tipos de organización de la sociedad con sus correspondientes formas políticas:
ciudades-estado, grandes imperios, repúblicas aristocráticas, repúblicas comerciales,
monarquías absolutas, regímenes feudales... Rasgo común a todas ellas es que el poder
político aparece ligado a la existencia de alguna clase dominante que utiliza ese poder
en favor de sus propios intereses, subordinando a estos los de la sociedad en general.
Por supuesto, donde hay una clase dominante también hay clases dominadas, con menos
derechos que la que detenta el poder, y las más populosas de ellas, que carecen en
absoluto de derechos políticos y con frecuencia incluso derechos humanos. Los parias
de la tierra, la escoria de la sociedad... cuya voz jamás fue escuchada y cuyo bienestar
nunca figuró entre las preocupaciones de las clases dirigentes.
En las ciudades-estado de la Grecia clásica (siglos anteriores a nuestra Era), las
convulsiones sociales eran expresión de la lucha entre dos clases que competían por el
poder político: la aristocracia y la masa de ciudadanos o pueblo. Pero hemos de destacar
que aquí el concepto de «pueblo» o «ciudadanos» con derechos políticos tiene un
ámbito social muy restringido; la mayoría de la población carecía de derechos de
ciudadanía; esa masa social compuesta por antiguos prisioneros de guerra o más
principalmente por inmigrantes, a los que se llamaba «metecos» en Atenas, «ilotas» en
Esparta, etc. no tenía ningún derecho a participar en la elección de los magistrados. Y
aún por debajo de ellos se encontraban los esclavos, que eran posesión de sus dueños
exactamente igual que el ganado. Hay que añadir que las mujeres de todas las clases
sociales, incluso las más altas, carecían de derechos políticos: ni podían elegir ni ser
elegidas para cargos públicos, ni poseían propiedades.
También la sociedad del Imperio Romano, que prevaleció durante varios siglos, tenía
una estructura de clases basada en la existencia de una gran masa de la población
explotada y despojada de toda clase de derechos políticos y sociales. Las guerras civiles
de Roma del siglo I antes de nuestra Era eran una pugna entre las principales clases
dominantes de la sociedad. La aristocracia senatorial propugnaba una República que en
realidad no era más que un club de acaparadores del poder y de las riquezas; unas pocas
decenas de familias patricias monopolizaban los cargos públicos y la mayor parte de las
tierras cultivables de Italia, y se turnaban en el gobierno de las provincias del imperio a
las que saqueaban sin compasión en beneficio propio. A esta clase senatorial-
terrateniente le disputaba el poder el denominado «orden ecuestre» que era una especie
de clase media compuesta de funcionarios y de comerciantes enriquecidos por contratas
del Estado. Del choque entre esas dos poderosas clases resulta la crisis mortal de la
República y la implantación del régimen imperial de los Césares que fue expresión de la
victoria de los caballeros del orden ecuestre. Aunque el régimen imperial arrambló con
la sombra de libertades políticas, gozaba del apoyo de la plebe romana pues se ocupaba
de satisfacer las necesidades básicas (pan y circo) de los habitantes de la urbe. Pero todo
el bienestar de la metrópoli se basaba en la sobreexplotación de las provincias del
imperio. Además en la escala social de la sociedad romana, por debajo de los plebeyos y
aún por debajo de los extranjeros sometidos, se encontraban las clases muy populosas
de los esclavos y los libertos (medio esclavos). El Imperio Romano era una sociedad
super-esclavista; la mayor parte de la producción se basaba en el trabajo esclavo.
Descendientes de antiguos prisioneros de guerra, muchos esclavos lo eran en segunda o
tercera generación, habiendo nacido en la esclavitud y no conocido otro tipo de vida. En
este sentido no eran una clase «para sí», sino que había sido creada por los dominadores
para su servicio y provecho, como una especie animal domesticada. Y sin embargo los
hombres de esa clase explotada y silenciada no se sometieron pasivamente a su destino.
En el último siglo antes de nuestra Era la sociedad romana conoció varias rebeliones de
esclavos; la última de ellas fue la dirigida por el famoso Espartaco. Los esclavos
rebeldes fueron vencidos y aniquilados, pero su lucha constituye un ejemplo y un
mensaje para los explotados de todas las épocas. De hecho, los esclavos y los libertos
continuaron su resistencia contribuyendo al cambio de la mentalidad y de la
superestructura ideológica de la sociedad romana por medio de una nueva religión, el
Cristianismo, al cual, en esos primeros siglos de nuestra Era, no le faltaba un cierto
carácter revolucionario y liberador.
Fue un proceso lentísimo, pero los cambios continuados dieron lugar a otro tipo de so-
ciedad, que duró también largos siglos, y que conocemos con el nombre de Feudalismo.
Es otro tipo de sociedad clasista, con sus clases dominantes y una mayoría de explota-
dos. La esclavitud fue desapareciendo, pero amplias masas humanas estaban encuadra-
das en el proceso productivo en una forma que los ataba irremediablemente a la tierra
que tenían que trabajar como siervos de la gleba o campesinos vasallos, con algunos de-
rechos humanos -mal respetados- y sin ningún tipo de derechos políticos. El ejercicio
del poder político estaba reservado a los miembros de la nobleza, que lo compartían
con, o se lo disputaban a, los reyes. Se formaron y se desarrollaron lentamente clases
que después habrían de jugar un importante papel en el desarrollo de la sociedad: la bur-
guesía (entonces sólo comercial) y los trabajadores artesanos libres. Estas clases, que
nacían del desarrollo y evolución de las fuerzas productivas, eran «clases para sí», con
conciencia de mismas. Pero los campesinos siervos de la gleba eran, al igual que los
antiguos esclavos, una creación de la clase dominadora que los necesitaba. Y sin embar-
go tampoco ellos se sometieron pasivamente a su destino. Los siglos de la Edades Me-
dia y Moderna están llenos de revueltas y revoluciones campesinas en todos los países
europeos. Y además tampoco ellos renuncian a incidir en la evolución ideológica de la
sociedad; la Reforma protestante y otros movimientos ideo1ógicos no fueron propulsa-
dos sólo por burgueses e intelectuales: el campesinado actuó, en esa fermentación social
con sus propias revueltas y encuadrándose en movimientos alguno de los cuales se llegó
a plantear el objetivo de una sociedad comunista.
Pero durante mucho tiempo aún las clases bajas de la sociedad estuvieron condenadas a
ser un factor poco importante en una pugna que tenía lugar entre una burguesía ascen-
dente y que favorecía la implantación de fuertes monarquías absolutas frente a la aristo-
cracia feudal cuyo poder disminuía paulatinamente. Pero también esa sociedad entró en
la crisis provocada por sus contradicciones internas. Los monarcas absolutos dejaron de
ser un aliado de la burguesía y se constituyeron en un estorbo para su desarrollo. Esto
despejó el terreno para la aparición de un nuevo tipo de sociedad. Tras la Gran Revolu-
ción Francesa, en la que los «descamisados», los «don nadie» jugaron un gran papel
junto a -y a pesar de- la burguesía que llegaba a su madurez como clase emancipada y
dirigente. La estructura de una sociedad ahora dirigida por una burguesía industrial, ne-
cesita una mano de obra proletaria que incluso con derechos políticos -bastante preca-
rios- carezca de poder económico para que le sea necesario vender su fuerza de trabajo.
El proletariado se forma, en interés de las nuevas clases dominantes, desarraigando del
campo población que pasa a hacinarse en los barrios periféricos de las ciudades
industriales. Los derechos políticos de esas masas, cuando los tienen, se limitan al
formalismo de la votación en las elecciones periódicas, derecho conquistado tras largas
luchas, sobre todo el voto femenino. Pero el ejercicio de la función de gobernar y el
control de los aparatos del Estado y de los instrumentos de formación ideológica: pren-
sa, enseñanza... se encuentran firmemente en las manos de la clase burguesa dominante
y sus estratos más altos del capital monopolista internacional. Al igual que ocurría a las
antiguas clases sometidas, el proletariado actual tampoco es una «clase para sí» sino
para el servicio de sus ordeñadores. Al igual que los antiguos esclavos y los siervos de
la gleba, el proletariado moderno tiene ante sí la tarea histórica de cambiar la sociedad
para liberarse a sí mismo y liberar a toda la humanidad.
A esa humanidad proletaria, los parias y los «ilotas» delas época actual, pertenecen las
grandes masas de hambrientos del mundo, los que trabajan inhumanamente en la peri-
feria del mundo industrializado y los que ni siquiera tienen un puesto de trabajo, los in-
migrantes sin derechos y aquellos que ni siquiera pueden inmigrar, los pueblos explo-
tados y mantenidos en la ignorancia en el Tercer Mundo... El movimiento de esas masas
que deben emprender su liberación, ya no ha de ser algo ciego, instintivo, espontáneo
como las antiguas convulsiones de las clases oprimidas. Con los avances técnicos y
científicos, se ha operado también un gran progreso de las ciencias sociales, fruto del
cual es el Marxismo, que es un instrumento, un método de análisis de la sociedad y su
evolución, procurando su transformación.
Y aquí aparece la misión del Partido Comunista, de todas las organizaciones comunistas
del mundo. Su tarea es la de ser la voz de los «sin voz», de esa enorme masa que carece
de todo derecho y de todo tipo de instrucción. El Partido Comunista es un colectivo
intelectual organizado que acomete la transformación social para que el mundo sea un
lugar donde todos los seres humanos puedan desarrollar en armonía sus facultades y sus
aspiraciones. Un mundo en el cual las clases desheredadas que a lo largo de la historia
carecieron de voz y de conciencia de mismas, puedan ser artífices de su propio
destino y gestores de los recursos materiales que aseguren el bienestar general.
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Mayo de 1995